viernes, 9 de marzo de 2018

La selfie.

Mónica Murillo, reina de internet.
Fotografiamos lo que vale la pena conservar, un atardecer bello, un momento trascendente, personajes relevantes, edificios históricos, etcétera. 
Analizando la historia de la humanidad te darás cuenta de que nos hemos olvidado de casi todos, son unas cuantas caras de antaño las que recordamos y a oídas, las pinturas no son fidedignas, o en un asunto posmoderno nos encargamos de reconstruir caras en 3d, pero no sabemos realmente si el célebre compañero que escaneamos es San Valentín o el vecino Pedro.

A los humanos nos da mucho miedo que nos olviden, es por eso que dejamos evidencia de nuestro paso a donde sea que vamos, en el paleolítico manchábamos cuevas, luego aprendimos a escribir y empezamos a marcar árboles y pintar paredes, luego plasmamos nuestra cara en piedra, madera, mármol, arcilla, grafito, óleo, etcétera, estamos obsesionados con nosotros mismos y con los demás pero no todo el mundo sabe pintar ni esculpir, es muy difícil, luego con la foto, cosa que vino a romper todo lo que conocemos sobre la preservación la humanidad enloqueció, empezamos fotografiando a los paisajes, luego a los artistas, después a los locos, luego a los presidentes, a sus hijos, sus casas, los jardines y un largo etcétera hasta que nos empezamos a fotografiar a nosotros mismos.

Supuesta primer selfie en la historia, Robert Cornelius, 1893.
Si la gente preserva a la gente y la considera trascendente en función a su belleza, su dinero o su utilidad ¿quién va a recordar a los que no tienen nada de eso? Si acaso algún Vermeer pintaba muchachas de pueblo con aretes flotantes, o en su defecto, a sí mismos si les faltaba un modelo, tenemos infinidad de autorretratos de Da Vinci y se conoce su cara por eso, pero no de la gente que lo rodeaba, a decir verdad, pudo pintar a cualquiera y hacerlo llamar autorretrato. 

La selfie no es una foto sofisticada, es instantánea, simplona y meramente informativa; la duckface, el ángulo picado y el flashazo en la cara son encantadores, el cacho de brazo que se asoma tímidamente al costado de una selfie es la evidencia de que, en efecto, quien la toma es quien dice ser, los Instagrams inundados de autofotos son una progresión de cambios mínimos día a día que cuentan la historia del administrador de la cuenta; a veces las cosas salen un poco de control, con los elementos correctos una selfie resulta tan inspiradora que crea miles de historias y perfiles falsos alrededor de ella y con eso, blogs contando "la verdad" sobre la persona en la foto, es entretenido y ayudó mucho a construir la cultura pop de la década pasada, tanto así que fueron las selfies, no la música, la que creó todo el movimiento de los emos, la última tribu urbana. 
Como todo lo que está en Internet sobrevivirá al paso del tiempo, tener selfies tuyas flotando en la red es asegurar tu trascendencia, la insoportable academia no registra gente "común" y los artistas ya están hartos de hacer retratos, nos toca hacerlo nosotros mismos.